Categoría: Día a día

Día a día

LA NIEVE ME AYUDA A CONCLUIR DOS MESES DE SILENCIOS

Es tiempo de retomar el blog después de mi postoperatorio, y qué mejor que hacerlo con un cuento que habla de la madre nieve,
Además, como esta nevando en mi tierra os cuento un cuento de hadas de los hermanos Grimm, estudiosos alemanes de los cuentos populares a finales del siglo XVIII y principios del XIX, titulado “Madre Nieve”, que es hermoso y que seguro que os gusta. Dice así,
«Cierta viuda tenía dos hijas, una de ellas hermosa y diligente; la otra, fea y perezosa. Sin embargo, quería mucho más a esta segunda, porque era verdadera hija suya, y cargaba a la otra todas las faenas del hogar, haciendo de ella la cenicienta de la casa. La pobre muchacha tenía que sentarse todos los días junto a un pozo, al borde de la carretera, y estarse hilando hasta que le sangraban los dedos. Tan manchado de sangre se le puso un día el huso, que la muchacha quiso lavarlo en el pozo, y he aquí que se le escapó de la mano y le cayó al fondo. Llorando, se fue a contar lo ocurrido a su madrastra, y ésta, que era muy dura de corazón, la riñó ásperamente y le dijo: «¡Puesto que has dejado caer el huso al pozo, irás a sacarlo!» Volvió la muchacha al pozo, sin saber qué hacer, y, en su angustia, se arrojó al agua en busca del huso. Perdió el sentido, y al despertarse y volver en sí, se encontró en un bellísimo prado bañado de sol y cubierto de millares de florecillas. Caminando por él, llegó a un horno lleno de pan, el cual le gritó: «¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, que me quemo! Ya estoy bastante cocido.» Se acercó ella, y, con la pala, fue sacando las hogazas. Prosiguiendo su camino, vio un manzano cargado de manzanas, que le gritó, a su vez: «¡Sacúdeme, sacúdeme! Todas las manzanas estamos ya maduras.» Sacudiendo ella el árbol, comenzó a caer una lluvia de manzanas, hasta no quedar ninguna, y después que las hubo reunido en un montón, siguió adelante. Finalmente, llegó a una casita, a una de cuyas ventanas estaba asomada una vieja; pero como tenía los dientes muy grandes, la niña echó a correr, asustada. La vieja la llamó: «¿De qué tienes miedo, hijita? Quédate conmigo. Si quieres cuidar de mi casa, lo pasarás muy bien. Sólo tienes que poner cuidado en sacudir bien mi cama para que vuelen las plumas, pues entonces nieva en la Tierra. Yo soy la Madre Nieve.» Al oír a la vieja hablarle en tono tan cariñoso, la muchacha cobró ánimos, y, aceptando el ofrecimiento, entró a su servicio. Hacía todas las cosas a plena satisfacción de su ama, sacudiéndole vigorosamente la cama, de modo que las plumas volaban cual copos de nieve. En recompensa, disfrutaba de buena vida, no tenía que escuchar ni una palabra dura, y todos los días comía cocido y asado. Cuando ya llevaba una temporada en casa de Madre Nieve, le entró una extraña tristeza, que ni ella misma sabía explicarse, hasta que, al fin, se dio cuenta de que era nostalgia de su tierra. Aunque estuviera allí mil veces mejor que en su casa, añoraba a los suyos, y, así, un día dijo a su ama: «Siento nostalgia de casa, y aunque estoy muy bien aquí, no me siento con fuerzas para continuar; tengo que volverme a los míos.» Le respondió Madre Nieve: «Me place que sientas deseos de regresar a tu casa, y, puesto que me has servido tan fielmente, yo misma te acompañaré.» Y, tomándola de la mano, la condujo hasta un gran portal. El portal estaba abierto, y, en el momento de traspasarlo la muchacha, le cayó encima una copiosa lluvia de oro; y el oro se le quedó adherido a los vestidos, por lo que todo su cuerpo estaba cubierto del precioso metal. «Esto es para ti, en premio de la diligencia con que me has servido,» le dijo Madre Nieve, al tiempo que le devolvía el huso que le había caído al pozo. Se cerró entonces el portal, y la doncella se encontró de nuevo en el mundo, no lejos de la casa de su madre. Y cuando llegó al patio, el gallo, que estaba encaramado en el pretil del pozo, gritó:
«¡Quiquiriquí,
nuestra doncella de oro vuelve a estar aquí!»
Entró la muchacha, y tanto su madrastra como la hija de ésta la recibieron muy bien al ver que venía cubierta de oro.
Les contó la muchacha todo lo que le había ocurrido, y al enterarse la madrastra de cómo había adquirido tanta riqueza, quiso procurar la misma fortuna a su hija, la fea y perezosa. La mandó a hilar junto al pozo, y para que el huso se manchase de sangre, hizo que se pinchase en un dedo y pusiera la mano en un espino. Luego arrojó el huso al pozo, y a continuación saltó ella. Llegó, como su hermanastra, al delicioso prado, y echó a andar por el mismo sendero. Al pasar junto al horno, volvió el pan a exclamar: «¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, que me quemo! Ya estoy bastante cocido.» Pero le replicó la holgazana: «¿Crees que tengo ganas de ensuciarme?» y pasó de largo. No tardó en encontrar el manzano, el cual le gritó: «¡Sacúdeme, sacúdeme! Todas las manzanas estamos ya maduras.» Replicó ella: «¡Me guardaré muy bien! ¿Y si me cayese una en la cabeza?» y siguió adelante. Al llegar frente a la casa de Madre Nieve, no se asustó de sus dientes porque ya tenía noticia de ellos, y se quedó a su servicio. El primer día se dominó y trabajó con aplicación, obedeciendo puntualmente a su ama, pues pensaba en el oro que iba a regalarle. Pero al segundo día empezó ya a haraganear; el tercero se hizo la remolona al levantarse por la mañana, y así, cada día peor. Tampoco hacía la cama según las indicaciones de Madre Nieve, ni la sacudía de manera que volasen las plumas. Al fin, la señora se cansó y la despidió, con gran satisfacción de la holgazana, pues creía llegada la hora de la lluvia de oro. Madre Nieve la condujo también al portal; pero en vez de oro vertieron sobre ella un gran caldero de pez. «Esto es el pago de tus servicios,» le dijo su ama, cerrando el portal. Y así se presentó la perezosa en su casa, con todo el cuerpo cubierto de pez, y el gallo del pozo, al verla, se puso a gritar:
«¡Quiquiriquí,
nuestra sucia doncella vuelve a estar aquí!»
La pez le quedó adherida, y en todo el resto de su vida no se la pudo quitar del cuerpo».

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EL ABAD FANLO, UN DESTERRADO DEL SIGLO XI

Antonio Banus me escribe en mi Facebook preguntándome por el abad Banzo, del que dice ha leído en un libro que hacen referencia a mis trabajos sobre él. Y me siento feliz que alguien me proporcione ocasión de hablar de este entrañable personaje. Por ello comparto con vosotros algunas cosas que decía en un artículo dedicado a Banzo y escrito en junio de 1996, en la revista de Amigos del Serrablo, número 100. Se trataba de una reflexión que venía a revisar lo que escribí en esta misma publicación, hace veinte años, y que consistía en considerar que a este abad no se le había expulsado sólo por su mozarabismo y su apego al rito mozárabe, sino por su oposición a que convirtieran su viejo monasterio en un espacio distinto de acuerdo con la reforma canonical que alentaba el papado de Roma. En esa línea me había expresado ya en mi libro “Sancho Ramírez, rey de aragoneses y pamploneses” (Zaragoza, 1996), y con esa nueva visión volvía a acercarme a la vida de uno de los personajes a los que tengo más afecto desde la distancia de los casi nueve siglos que nos separan.
El rey Sancho había peregrinado a Roma en la Pascua de 1068 y a su vuelta estaba decidido a poner en marcha la reforma de la iglesia incrementando la influencia del papado en Aragón. El monasterio de San Juan de la Peña fue el primero que vivió la reforma sufriendo el cambio del abad, del rito litúrgico, de sus modos de vida… y el primer disidente, que no estuvo conforme con este nuevo estatus monástico fue el abad Banzo de Fanlo aunque siempre hemos dicho todos que se enfrentó al rey solamente por no aceptar la reforma litúrgica y no admitir que se abandonara el viejo rito mozárabe español sustituido por el rito romano. Este inteligente monje, nacido en el condado de Bailo, gobernó la casa monástica de San Andrés de Fanlo, en el corazón del Serrablo, desde al año 1035 hasta los inicios de la década de 1070, con un gran prestigio personal y una notable sagacidad para los negocios. El cambio del modo de vida monástico en Fanlo debió de ocurrir alrededor del año 1071 y no debió de estar muy lejana a la expulsión del abad Banzo desde su monasterio serrablés de Fanlo hacia uno de los espacios del monasterio de San Juan de la Peña, en cuya estructura encontró refugio y afecto por parte del abad Aquilino. Una mención documental del propio abad –originario de Francia- nos explica que «cuando me extrajeron de la abadía de Fanlo vine a San Juan de la Peña en vida del señor abad Aquilino y me recogió el mismo abad en San Juan con deferencia». Banzo murió alejado de su monasterio y retirado de todo circuito de poder, añorando ese inmenso paisaje, quizás refugiado sólo en sus recuerdos que era todo lo que quedaba del viejo Aragón de principios del siglo XI. El cambio, los aires de Europa habían arrasado todo.

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LOS INNUMERABLES MÁRTIRES DE ZARAGOZA

Mañana día 3 de enero de 2012 será la festividad de los Innumerables Mártires de Zaragoza que padecieron martirio en los inicios del siglo IV, por obra de la intransigencia y el temor que los romanos tuvieron contra los cristianos. Prudencio, en el Himno IV del Peristephanon nos lo cuenta con detalle e incluso nos aporta los nombres de todos ellos: Evodio, Quintiliano, Casiano, Félix, Luperco, Januario, Julio, Urbano, Apodemio, Primitivo, Optato, Publio, Ceciliano, Succeso, Matutino, Fausto, Frontón y Marcial. Y ustedes dirán: son dieciocho y no innumerables, cosa que es cierta y que además nos permite recordar que así se les conoció porque, en algunos textos litúrgicos, se quiso explicar que Daciano había hecho martirizar y matar a toda la comunidad cristiana de Zaragoza. La realidad es que esos restos de los 18 mártires del cristianismo zaragozano, acompañados con los sufrimientos del martirio de santa Engracia, fueron custodiados en la basílica de esta santa peninsular y recibieron culto desde los tempranos años del siglo V. En 1389 cuentan los documentos que fueron encontrados sus sepulcros y que eso supuso el relanzamiento de una devoción que acabó fijándose en el día 3 de noviembre, utilizando el día en el que se recordaba que este templo había dejado de ser espacio de la herejía arriana y había vuelto a la ortodoxia. La ciudad siempre ha tenido una especial relación con este santuario, donde los obispos visigodos de Zaragoza –con san Braulio a la cabeza- mantuvieron una importante biblioteca episcopal y un centro de estudios famoso en toda la península. Y prueba de ello fueron las procesiones públicas que recorrieron sus calles desde el medievo, celebrando la memoria de estos Innumerables Mártires, y que recorren en la actualidad desde el santuario a la Plaza de España donde está el monumento a los mártires, un hito que recuerda que en ese espacio tuvo lugar la muerte de los Innumerables mártires, ante la Puerta Cineja de la ciudad, en el Cursus exterior de la muralla. Y espero que no se pongan trabas a esta procesión que lleva siglos haciéndose puesto que ya vale de gentuza empeñada en dejarnos sin tradiciones.

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LA NOCHE DE LOS MUERTOS. NO HALLOWEEN

Copio aquí una entrada que he compartido con mis casi cuatro mil amigos de Facebook, en la esperanza de que también la lean aquellos que no tienen facebook pero entran regularmente a estas páginas, cosa que les agradezco máxime cuando llegamos muchos días a las mil personas. Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre la necesidad de que a las cosas las llamemos como debemos llamarlas nosotros y no aceptemos cómo las llaman los demás. Este país somos del último que llega y además, tomamos esa decisión, abandonando todas nuestras tradiciones y todo aquello que nos ha ido construyendo –siglo tras siglo- como sociedad y como civilización. Así nos va. Un caso evidente es la celebración de Halloween que me parece, en mi modesta opinión y pidiendo perdón por aquellos que se molesten, una solemne majadería propia de gentes incultas. ¿ Cómo pueden decir que celebran Halloween cuando en realidad lo que hacen es copiar –copiar sin originalidad alguna- una moda propia de los americanos que escenifica y recuerda la “Víspera de Todos los Santos” que eso es lo que significa la famosa frase All Hallows Eve?. Deberían decir que celebran la Víspera de Todos los santos, o si quieren más morbo que celebran la Noche de los Muertos que es concepto que ya tiene entidad por sí mismo. Este Halloween fue llevado por los irlandeses –a mediados del siglo XIX- cuando emigran a Estados Unidos como una celebración religiosa que acaso sólo ellos sabían que era una celebración celta, el Año Nuevo Celta. Y ¿cómo descubrieron nuestros jovencitos una moderna celebración de miles de años?. Pues sencillamente a través de una pobre película de gran éxito que fue “La noche de Halloween” dirigida por John Carpenter en 1978 y que paralizó a medio país, viendo como un niño asesinaba a su hermana. ¡ Dios mío que cosas tiene la vida ¡ De todas formas os contaré que allá por 1958, recuerdo que fui con mi abuelo a un pueblecito del Gállego que se llama Sorripas y recuerdo el miedo que pasé porque sus gentes habían colocado algunas calabazas vacías con velas en el camino para alumbrarlos y proteger a las gentes que volvían de las cenas familiares –con castañas incluidas asadas en el hogar- frente a los espíritus que esa noche vagaban en busca de nuevas almas… Cuando algunos me dicen que celebran Halloween y yo les digo que no se lo qué es eso, me lo explican al mismo tiempo que piensan que soy un paleto mendrugón y que además no sabe inglés, cosa bien cierta. Lo que no saben es que yo pienso que son unos indocumentados porque ignoran que celebran la noche de los muertos como los celtas, como Zorrilla, como don Juan Tenorio, como sus abuelos, o como yo cuando era un niño en los caminos de Sorripas, en las llanuras pirenaicas del río Gállego.

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LOS HUESOS DE SANTO

Si hay un dulce típico de los días de Todos los Santos es el conocido como “Hueso de Santo”, un postre elaborado con mazapán, pasta de almendra que se recolecta por cierto en estas fechas, que se rellena de dulce de yema que recuerda por su color amarillo al tuétano de los huesos. No sabemos ciertamente cuándo amanece en las mesas de los españoles, pero es bien cierto que la primera vez que lo tenemos documentado es en un libro del cocinero real Martínez Montiño, “Arte de Cozina, Pasteleria, Vizcocheria y Conserveria” publicado en 1611, en el que nos habla de ellos como “hechos para conmemorar a todos los Santos y a todos los muertos, en los primeros días de noviembre”. Madrid, la corte de los Austrias desde Felipe II para el que comenzó a trabajar como cocinero de la Corona, parece ser el escenario más apropiado para el nacimiento de este dulce que estaba llamado a ser referente de la gastronomía nacional. Un dulce que incorporaba el mazapán, de origen árabe andalusí como los buñuelos de viento que, no estaban rellenos de nada, pero se comían bañados en miel. Son las piezas claves de esas sobremesas familiares, recordando viejos tiempos y viejos protagonistas, de principios de noviembre… Y hoy, rellenos de cualquier cosa que la imaginación y el atrevimiento no tienen límite, los veremos acompañados de esos panellets, que son dulces catalanes, y de esos huesos de san Expédito que gustan en el sur de esta nación que todavía es España. Disfrutad de cada bocado, que en estos tiempos que corren es oro puro, como voy a hacer yo con los que me he comprado en el famoso Horno del santo San Sebastián de la Plaza de San Felipe y os aseguro que están exquisitos, por lo menos como su afamado e internacional bizcocho. Como podéis ver incluso las viejas pastelerías decimonónicas lo anunciaban, como este letrero de la Pastelería “La Dulce Alianza” de Mondoñedo. Qué tiempos aquellos…

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EL CEMENTERIO DE TORRERO

Si antes hablaba de un cementerio inglés, ahora lo tengo que hacer, cerrando esta madrugada del 1 de noviembre, del cementerio de Torrero y de todo lo que significa este extenso Palacio de la Memoria que fue bendecido el domingo 15 de junio de 1834 por el Arzobispo don Bernardo Francés Caballero, e inaugurado con el entierro de doña Manuela Moreno Abendaña a la que, años después en 1895, se le concedería el gozar de un nicho a perpetuidad por tal motivo, aunque eso de perpetuidad suena a engaño máxime cuando los protagonistas ya no lo pueden ver -al menos- con los ojos mortales. Este espacio, que primero fue propiedad de las parroquias y luego del municipio, es un entorno que necesitaba protección como espacio monumental y además la mejor protección, esa que deriva del estudio científico y documentado de sus elementos más notables.
Doña Isabel Oliván Jarque, doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Jefe de la Sección de Patrimonio Histórico Artístico del Excmo. Ayuntamiento, que está realizando el importante y documentado Catálogo Monumental de la Ciudad y del Cementerio de Zaragoza, ha escrito una útil guía «Rutas del Cementerio de Torrero. Ruta de Arte funerario» con los 25 enclaves más notables a visitar en un recorrido selecto, y un pequeño librito titulado “Cementerio de Torrero. Ruta del Arte Funerario”, editado por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Zaragoza dentro de esa apuesta por salvar y proteger el recinto del Cementerio de Torrero, loable e importante tarea inspirada por el Consejero don Carlos Pérez y gestionada en el día a día por personas como el Gerente y el Vicegerente don José Abadía. En sus sesenta páginas la doctora Oliván nos habla de la historia del camposanto zaragozano, de sus ampliaciones y autores, a la vez que nos va descubriendo algunas de las peculiares apuestas por el Arte que conservan las calles de este cementerio de Torrero. Sus calles, lo que se denominan andadores, nos abren los caminos en los que se han ido construyendo panteones, sepulturas, mausoleos y nichos, desde el proyecto de Yarza y Gironza hasta el de Elvira Diego en 1990, pasando por la ampliación de Segundo Díaz en 1875, o la gran reforma de Magdalena en 1883. Todo ello sin dejar en el olvido a arquitectos como Carquén en 1958, José Beltrán en 1970, o Sáenz de Cenzano que en 1979 hace el Complejo funerario. Yo les recomiendo visitarlo con tranquilidad, sin prisas, en busca de esa escultura o de ese relieve que nos habla de la apuesta de gentes del ayer por la belleza más allá de la muerte, de esas inscripciones que siguen testimoniando historias de amor y de dolores inmensos. El Cementerio de Torrero también es la memoria de la ciudad y por eso mismo debe gozar de nuestra atención. Una atención en la parte artística e histórica, a la que nos hemos referido, y una atención en lo concerniente a la recuperación de la Memoria de los que murieron por la intransigencia y la barbarie, que se puede seguir en una atractiva guía escrita por el doctor Casanova, catedrático de nuestra Universidad, titulada «El Cementerio de Torrero, un lugar de memoria (1936-2010). Rutas del Cementerio de Torrero», y en la que recoge información sobre los lugares en los que yacen personas asesinadas durante la Guerra Civil y un recorrido a través de seis lugares distintos que evocan el tiempo de olvido y recuerdo transcurrido desde julio de 1936 a noviembre de 2010. Toda una apuesta de turismo de excelencia en este fin de semana, para lo cual pueden bajarse las guías con los recorridos pinchando en los puntos azules que les he propuesto en este mismo texto.

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UN CEMENTERIO LONDINENSE MUY SINGULAR

En estas fechas de Todos los Santos me ha parecido interesante recordar la existencia de un hermoso cementerio londinense, el Cementerio de Highgate, construido en 1839 cuando el crecimiento de la población asustó a las gentes que, ante la escasez de tumbas, tenían que estar enterrando y desenterrando permanentemente. Fue uno de los siete cementerios privados que hicieron pasar a la historia a los pequeños cementerios parroquiales. Levantando en lo alto de Highgate Hill, con sus dos zonas –la antigua del oeste y la este- asombra visitarlo por sus continuas sorpresas y comprobar, por su magnitud, que es una verdadera ciudad de los muertos, con 168.000 personas distribuidas en más de cincuenta mil tumbas. Desde la entrada domina la fascinación por el antiguo Egipto, moda introducida en la sociedad victoriana por los exploradores de las sociedades culturales inglesas. En su recorrido nos podemos encontrar con nombres conocidos, como el de Michael Faraday, padre de la electricidad, o el de Carlos Marx, que están enterrados aquí… Y en su recorrido podemos recuperar la leyenda más sabrosa del cementerio, esa que creó Bram Stoker para ambientar su novela sobre Drácula, aunque le cambió el nombre al cementerio por el de Kingstead por cuestiones literarias o quizás particulares. Cerrado en 1975, cuando dejó de ser un negocio viable, se ha convertido en un espacio dominado por la Naturaleza que está gestionado por una asociación de “Amigos del Cementerio” que han logrado detener su ruina y convertirlo en un lugar catalogado de interés cultural y natural. Unas cinco libras os permitirán adentraros en un mundo de sugerencias, de sensaciones, de libertad apasionante. Por eso, hoy recordamos la fiesta de los fieles difuntos con la imagen de una de las calles de este cementerio, una imagen que dice todo y sugiere lo indecible… y con una tumba en donde sigue vigilante el perro fiel que espera la voz de su amo desde siempre y para siempre. Pero, si les viene lejos, no duden en pasear las calles del Cementerio antiguo de Torrero…

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LA SILLA DECIMONÓNICA ENDEREZADORA

Hay Museos en el mundo que custodian los objetos más curiosos e interesantes. Por ejemplo, visitar la ciudad de Londres es hermoso y muy aconsejable, pero desde luego una de las cosas más llamativas es perderse en el Museo V & A Museum of Childhood, donde podemos contemplar desde casas de muñecas a mobiliario de niños. Y hace unos días me venía a la mente el recuerdo de lo que ellos llaman, seguramente de manera muy forzada, la Silla Comportamiento. Se trata de una silla construida en 1835 como resultado del intento del cirujano y anatomista Sir Astley Paston Cooper (1768-1841) de construir una silla con la que se pudiera corregir la postura defectuosa que producen las habituales en los niños. Como podéis ver, la silla obliga a los niños a sentarse correctamente, es decir con la espalda recta y la cabeza erguida, tal como me dice mi fisioterapeuta. Esta silla hizo furor y además la consideraron muy bien instrumento, no sólo para asegurarse una correcta columna vertebral, sino para adquirir unas formas de movimiento elegantes y pausadas, diría que armónicas. Por ello, en aquellos salones victorianos que nos recrean las películas, estaban estas sillas dispuestas a contribuir a la salud de los niños, pero también a sevir de potro de tortura y castigo cuando hacían esos mismos niños alguna pifia. Sentarse en ellas era salud pero era también un tormento ya que, con su asiento pequeño para no poder moverse, con su notable altura y con su respaldo rígido, era muy fácil caerse de ellas.

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EL SECRETO DE UNA PAREJA MEDIEVAL

En pocas horas Luis de Paz ha adivinado la persona a la que corresponden los ojos que yo he propuesto como objeto de investigación. Y lo ha hecho muy bien, porque corresponden al orfebre en su taller que es el protagonista de una escena pintada por Petrus Christus, en el año 1449, cuando asomaba el renacimiento por la Europa del norte y cuando el óleo alcanzaba sus cotas de mayor grandeza como soporte de una pintura que nos trasmite la vida diaria. La persona que nos mira detrás de esos ojos debe ser san Eligio, para que todos entendamos el patrón de la orfebrería, ese santo que en algunos países conocemos como san Eloy. Y el cuadro, de un metro de alto, lo podéis contemplar y extasiaros si viajáis a Nueva York, y recorréis las amplias naves del Museo Metropolitano. Aprovechando la ocasión, no me resisto a ejercer esa tarea de profesor y comentaros algunas cosas, de esas cosas que me ha gustado siempre hacer ver a los alumnos para que entendieran que el arte está lleno de vida, de sugerencias, de tristezas y de alegrías.

El orfebre, que ya os he dicho que creo que es san Eligio y que puede ser la causa por la que este cuadro pudiera haber sido encargado por los orfebres de Brujas para presidir su capilla, está acompañado por dos clientes, dos burgueses (quizás sean dos nobles) de ese comienzo del mundo moderno que configuran una pareja elegante, seguramente rica y poderosa, además de muy unida y enamorada si hacemos caso de cómo pasa el hombre el brazo por la espalda de la chica, quizás su prometida, remarcando ese sentido de la protección. Y cuál es la causa de que pensemos que es una pareja de novios, pues la sencilla realidad de que el orfebre está pesando en la balanza el oro para un anillo de boda. Cuestión a la que se suma que en la parte inmediata a nosotros, el pintor, representó un cinturón que era propio de las ceremonias nupciales de ese tiempo y que se acerca a nosotros casi saliéndose del lienzo.

Dentro del lienzo contemplamos la escena del taller del orfebre, con piezas muy curiosas como ese tarro de cristal que se remata con la figura de un pelícano, símbolo eucarístico ya que este animal se arrancaba la carne para alimentar a sus polluelos, por lo que pudiera ser un objeto religioso o incluso un curioso cáliz para custodiar las Formas de la Eucaristía. Y más dentro del cuadro, un espejo y las ventanas nos permiten ver la calle, en concreto la plaza del mercado de Brujas, en la que están algunos caballeros paseando y hablando.

Un escalón más allá, podemos incorporar a la lectura de este cuadro los miedos y las angustias de esta pareja, cuestión que digo basándome en la presencia en los estantes del orfebre de algunos productos que se usaban en su momento contra las intoxicaciones y los envenenamientos. Yo no puedo aseguraros que esta pareja corriera riesgos, pero intuyo que así era y por eso hay elementos como los rubíes que pensaban tenían propiedades antisépticas, el coral que pensaban detenía la hemorragia, y especialmente esos dientes de tiburón fosilizados –conocidos como “lenguas de serpiente”- usados habitualmente para detectar, con su cambio de color, si estaban en contacto con alimentos o bebidas que tenían venenos. Y es más, fijaros que entre las cortinas hay un cáliz de coco que usaban estas sociedades para neutralizar productos venenosos… Los labios están sellados por el paso de los siglos, pero las miradas nos hablan de tiempos difíciles en los que la vida tenía muy poca importancia. Una pareja va a casarse y sólo ellos saben ya cuáles son los peligros que les acechaban.

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LA DAMA DEL RIO, CAMINO DE CAMELOT

Me pregunta mi buen exalumno Gabriel Calés por las pinturas que ponen imagen a este vídeo en el que se interpreta una canción de la gran María Dolores Pradera y sobre su adscripción estilística. En ellas hay una profunda presencia de unos pintores que conocemos como prerrafaelistas, una Hermandad de pintores, poetas y críticos, fundada en el Londres de mediados de siglo XIX, concretamente en 1848. Pues bien, en este vídeo podemos ver algunas obras de uno de ellos, del famoso y ácido pintor John William Waterhouse, que moriría en 1917 y que sería el último representante de este movimiento apasionante. Con su pasión por evocar la historia, con su dominio del color, fue construyendo piezas muy notables y en especial esa “La Dama de Shalott”, pintada en 1888 y que es una pieza que contemplé en la Tate Gallery de Londres asombrándome de que no era tan pequeña como pensé al estudiarla en los manuales al uso. Pero no es la única de este autor, pues también se usa la conocida como “Windflowers”, de 1903. Pero hoy, aprovechando esta pregunta quiero traer aquí este cuadro que se inspiró en un poema de Alfred Tennyson, de 1842, que no es más que un poema del ciclo de la leyenda medieval del rey Arturo. El poema nos va explicando como Elaine, que ese es el nombre de la dama, huye de una torre donde prisionera se dedicaba a tejer el hermoso tapiz que lleva en la barca. La maldición que le acompañaba es que no podía asomarse a la ventana a ver el río, pero un día pasó sir Lancelot y al oirlo corrió a la ventana y se le rompió el espejo de la maldición, que se lo habían dado para ver el exterior del castillo ya que sólo podía verlo reflejado en él. Maldecida por romper la condición de no ver el exterior más que a través del espejo, salió de la torre y en una barca y marchó a la deriva hacia Camelot y hacia su muerte.
El agua está lleno de hojas que representan el otoño y la mujer que ha caído a la atracción del caballero, siempre dentro de la sexualidad victoriana tan complicada. La cadena que sostiene con la mano es el miedo que le atenaza y es el camino de su liberación, que hace ella misma con su propia mano. Y sobre el bote el tejido que ha estado haciendo durante su cautiverio. En él ha bordado las escenas que veía a través del espejo cuando miraba el exterior mientras estuvo encarcelada.
«Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio-
con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día
la amarra soltó, dejándose llevar;
la corriente lejos arrastró
a la Dama de Shalott.»