He recibido la revista “Anchomundo” que es la revista que, cada tres meses, nos trae los ecos de las misiones escolapias en el mundo y en la de este mes de diciembre, junto a los ecos de Filipinas, Camerún, México, Senegal o la India, hay un artículo muy curioso del padre José Antonio Gimeno Jarauta que es el director de la revista. Es un relato en el que explica cómo se enfrentaron –por envidias y celos- la raíz, el tronco y las ramas de un frondoso árbol que era orgullo del bosque, refugio de caminantes y hogar de los pájaros que anidaban en él. Cuando todos se dijeron lo importantes que eran y criticaron a los demás por no reconocerles su supremacía, decidieron vivir solos a partir de ese momento.
Y, claro está, el árbol comenzó a secarse cuando las raíces no aportaron agua, las hojas oxígeno y el tronco dejó de conectar todo. El gran árbol del bosque fue abandonado por los pájaros, los humanos no pudieron gozar de su sombra, todos le miraban entristecidos. Y cuando la muerte comenzó a recorrer sus entrañas; las raíces, las hojas y el tronco, entendieron que habían tomado una mala decisión y decidieron enterrar los individualismos y las envidias. Las raíces volvieron a chupar de la tierra, el tronco recobró su vida y las hojas comenzaron a reverdecer. Así es la vida, así es todo en la vida. Si vamos construyendo nuestra andadura sobre la envidia y la deslealtad, vamos camino de la muerte, porque lo único que asegura el futuro es la generosidad y la certeza de que nadie es más que nadie. Los escolapios, esa vieja orden que nos enseñó a muchos a vivir pisando el suelo y respetando el mundo, vuelven a darnos un motivo de reflexión ante la Navidad.