Día a día

MIS PALABRAS EN LA BENDICIÓN DE LA VIRGEN DE SAN GIL

A finales del siglo XII, el rey Alfonso II de Aragón contrae matrimonio en la Seo de Zaragoza y la ciudad vive momentos de esplendor y apogeo. En aquellos momentos, una de las parroquias más importantes de la ciudad es la de San Gil, un viejo enclave consagrado en los mismos momentos de la conquista de la ciudad por su tío abuelo Alfonso el Batallador. Los cristianos que ocupaban el populoso barrio eran gentes que vivían una espiritualidad presidida por María de Nazaret como camino de Salvación, como intercesora ante su hijo Jesús. Y sus oraciones, sus peticiones y sus esperanzas se iban canalizando ante la imagen de María con su hijo sentado en el regazo, ante la imagen de María como trono de Dios que nos presenta a Jesús de Nazaret.

Aquellos momentos de guerras y de penurias, de enfermedades y de hambre, eran el tiempo en el que san Bernardo de Claraval abrió los límites del horizonte humano escribiendo que “la madre de Dios es madre nuestra”. Por ello, los artistas románicos y anteriores habían mostrado a la Virgen en una escena en la que estaba presentando su Hijo a los tres Reyes Magos venidos de Oriente, que querían simbolizar a todas las gentes del mundo. Pero desde el momento en que sentimos que María es nuestra madre, los artistas y la Iglesia entienden que ha llegado el momento en el que la Virgen abandone la escena de los Magos, se vuelva hacia los fieles y presente su Hijo a cada uno de los que la contemplamos; en una Epifanía personal, intima, familiar. Y un ejemplo de ese momento, de esa imagen de María que nos muestra a su hijo, lo tenemos en esta imagen de Nuestra Señora de San Gil que hoy se pone al culto en esta parroquia recuperando una vieja historia que nos lleva al medievo con una capilla dedicada a Santa María.

La imagen que va a hacer posible esa religiosidad personal y cercana, que va a sostener también ese diálogo con Dios a través de María, es una magnífica talla hecha a finales del siglo XII por un escultor anónimo que debía recorrer las tierras del valle del Ebro -con muchos saberes y muy buena técnica en su escasa mochila- allá por el año 1180, hace nueve siglos. Desde hace ochocientos años, la madera se ha convertido en la imagen que encarna las virtudes de la humildad y de la pobreza. La cuidada y vistosa policromía de ese solemne y sereno rostro, que hoy nos contempla, hizo realidad la vieja llamada del creyente Faciem tuam requiro, doce me, es decir: “Tu rostro es lo que busco, muéstramelo”.

Y ese rostro es el de una iconografía concreta que conocemos como la Virgen del Manto. La importancia de esa prenda es clave, puesto que el manto, que se sujeta con la mano izquierda para proteger al niño, es el símbolo de su condición de reina, es el manto de triunfo que la simboliza como la nueva Eva de la Salvación del pecado, mientras el velo que le cubre la cabeza nos habla del símbolo sagrado de las mujeres consagradas a Dios.

Nuestra Señora de San Gil está llena de símbolos, de mensajes para el creyente, de invitaciones a vivir el cristianismo plenamente puesto que no debemos olvidar, en este año de la fe, que la Virgen es el espejo de nuestra fe. Por eso, no hay que dejar de contemplar esa mano derecha que nos muestra una fruta, quizás la manzana de la salvación o mejor la pera que representó la dulzura de la Virgen, la dulzura de la Virtud de la que hablaban los Salmos.

De todos esos sentimientos y de todas esas verdades nos habla esta talla en madera que nos ofrece la imagen de Nuestra Señora de San Gil, sentada en un sencillo trono mostrándonos a su hijo que nos bendice con la mano derecha, convirtiendo a cada uno de nosotros en los protagonistas de la Epifanía del Señor. Si, como decían los místicos, la belleza, la serenidad y la calidad conducen a Dios, no tenemos duda que esta santa imagen canalizará el sentimiento y la fe de esta centenaria y gloriosa parroquia de Zaragoza, de la que incluso salió en el pasado la Cama del Señor para la procesión del Santo Entierro.

Contemplando esta imagen del siglo XII, todos estamos seguros de que, además de recordarnos los orígenes románicos de esta ilustre comunidad parroquial, contribuirá a que vivamos nuestra fe con total intensidad en los albores del siglo XXI, porque “se trata de obras que nacen de la fe y que expresan la fe».

Hoy más que nunca, en esta casa de Dios se hace realidad lo que decía san Basilio: «Lo que las palabras dicen al oído, el arte lo muestra en silencio». Y se da un paso más en seguir las enseñanzas del papa Benedicto XVI, cuando hace unos meses decía en una de sus audiencias públicas “Invito a todos a llegar a Dios, Belleza suma, a través de la contemplación de las obras de arte”. Como dice el Santo Padre la contemplación de las obras de arte también constituye un camino importante para llegar a Dios, a través de la belleza, y en este caso a través de la belleza de Nuestra Señora de San Gil, cuya presencia siempre tendremos que agradecer y mucho a nuestro querido párroco mosen Mario Gállego y que hoy bendice nuestro estimado arzobispo monseñor Ureña.