En esta semana que celebramos la festividad de San Jorge, momento en el que baja un poco la acción diaria y aumenta la dimensión protocolaria, quiero dedicar ese tiempo que excuso de actos públicos y cuchipandas a escribir reflexiones sobre los personajes claves, sobre los protagonistas de ese singular siglo XII en el que el viejo reino pirenaico de Aragón se vió en la texitura de proyectarse al mundo generando la Corona de Aragón. Detrás de todo, la profunda responsabilidad de una familia real que no quería dar carpetazo a la historia de una tierra triunfadora, el firme compromiso de unos hombres y unas mujeres por seguir adelante creando futuro. Ellos y ellas, gentes de la familia Aragón, tienen rostros y miradas. Y a esas presencias que triunfaron sobre la muerte vamos a dedicar algunos minutos de este tiempo que nos toca vivir, un tiempo en el que –como bien ha dicho el presidente de las Cortes de Aragón, señor Pina, en el discurso institucional- es obligado defender a Aragón desde la verdad y desde la lealtad al pasado. Esa es la tesis que yo vengo defendiendo desde hace varios años, la misma tesis que sigo defendiendo y la tesis que seguiré defendiendo. Y lo hago desde el convencimiento de algo muy básico: como aragonés debo ser leal a esta tierra, a sus gentes que son las mias, entre las que estoy yo y para las que merece la pena trabajar, cada uno desde el puesto que ocupe y tenga el cometido que tenga. Esta empresa nos necesita a todos. Vamos pues a viajar en el tiempo, como si fuera un Caballo de Troya…