Ya han aprobado el tranvía y anuncian que la broma nos va a costar cuatrocientos millones de euros. Lo que no dicen es que son los primeros, puesto que habrá que levantar toda la ciudad, cambiar las infraestructuras de vialidad y además alterar toda la red de semáforos. Y uno todavía tiene humos para preguntarse: ¿Para qué? Pues para que al final los coches tengan mayores problemas para circular, para que –como denuncian asociaciones de ecologistas de muchas ciudades españoles– se mande más contaminación desde los coches que se verán obligados a frenar continuamente, para que la ciudad vea rotos sus ejes de conexión este-oeste, el casco quede aislado y convertido en una isla condenada a ser espacio excluido, para que el Mercado Central pierda su ventajosa accesibilidad y el mundo procesional entre en la dinámica de aquel cofrade sevillano que metió el dedo gordo en la vía y cuando el Hermano Mayor le recrimina porque no tuerce para la Iglesia, le contesta aquello de “Yo me tengo que ir necesariamente a cocheras”.
Desde luego el destrozo es de dimensiones mayores y la equivocación es notable, el tiempo demostrará que una vez más se atiende a lo que beneficia a unos poquísimos y se ignora el beneficio de todos. A final habrá que salir a la calle a protestar y saltarnos a aquellos que quieren acallarnos para que la diosa Fortuna les toque con su varita. Claro está que nunca podrán calcular que esa varita es una varita maldita que hiela todo lo que toca. Así, que hay que comenzar a organizarnos…